La importancia de la expresión oral es innegable. Nuestras palabras y la forma en que las pronunciamos actúan como nuestro reflejo ante los demás, moldeando la imagen que proyectamos. A pesar de su relevancia, rara vez se nos brinda una educación específica para mejorar en este aspecto. En el ámbito educativo, se confía en actividades como las presentaciones en público, los debates y los exámenes orales. Sin embargo, se presupone que hemos adquirido estas habilidades en el entorno familiar, donde nuestros padres, en su mayoría, son nuestros principales maestros en el arte de hablar y manejar un vocabulario adecuado.
Pero, ¿qué sucede si nos encontramos en un hogar donde no hemos recibido una adecuada instrucción al respecto? ¿Estamos condenados a arrastrar las carencias de nuestra infancia en nuestra expresión oral?
¡Para nada! La buena noticia es que podemos aprender a comunicarnos de manera efectiva, a ser elocuentes y a debatir con coherencia. Todo lo que se necesita es práctica, siguiendo una serie de consejos proporcionados por la psicología y la filología.